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Libra "Marina" las sombras de la violencia

"Marina" logró dejar a su pareja cuando las agresiones ya no eran solo para ella, sino también hacia sus hijos.(Ilustrativa/Juan Pablo)

Por sus hijos, ella se armó de valor y ni su severa discapacidad visual la detuvo para dejar atrás nueve años de agresiones de su pareja. 


HERMOSILLO, Sonora.- Sólo puede ver luz y sombra. Suficiente para distinguir los destellos de luz cuando conoció a su pareja, y la sombra durante los nueve años que vivió a su lado. Los ojos de “Marina” casi no miran, pero ella siempre vio con claridad al hombre que tenía enfrente.

Era el mismo que la había enamorado cuando ella tenía unos 20 años. El que la convenció de vivir juntos luego de dos meses de relación “color de rosa”. Era también el que la violentó apenas tuvieron su primera pelea.

“Yo no sabía nada. O sabía cualquier cosa. Y nos disgustamos porque no pude hacer una comida. (Decía) ‘no sirves para nada’… ¿Puedo usar palabras altisonantes?”, pregunta “Marina”, y luego continúa: “(Me dijo) ‘vales para pura ver…’, ‘eres un estorbo’, y puras de esas”.

Está sentada en una banca dentro de su casa, mientras sus niños juegan afuera. Por causa de una enfermedad progresiva en los ojos, perdió la vista casi por completo desde que tenía 7 años. El padre de sus hijos se aprovechó varias veces de esa situación para humillarla todavía más.

“Por ejemplo, él dice ‘yo soy el único pen… que se fijó en ti, porque no sirves para nada, si ciega, ‘¿quién chin… te va a querer?, eres un estorbo”, refiere ella, una y otra vez.

Ella dice que siempre supo que aquello no era normal. Que las ofensas y los golpes no estaban bien, que ella no tenía la culpa. Pero ya con su primer hijo no podía regresar a la casa de su mamá. Sola, como se sentía, calló y aguantó por varios años.

CUANDO HAY UNA RELACIÓN

“Marina” no cortó su relación desde el principio porque no tenía cómo darles un hogar a sus hijos ella sola. Ese es sólo un motivo para no romper el ciclo de la violencia. Pero uno de los más comunes es el tiempo que la víctima tarda en reconocerse como tal.

Paloma Labra Valerdi, sicóloga de la Universidad Autónoma de Chile y experta en violencia de género, explica que quizá el proceso más difícil para quien sufre maltrato por parte de su pareja es precisamente darse cuenta de que está en esa situación.

Por eso, afirma que se debe diferenciar el delito según sea el agresor: No es lo mismo cuando es un desconocido en la calle que cuando el maltratador es la propia pareja, porque en este caso sí existe una relación de confianza.

“El shock es tan grande que a nivel cognitivo te cuesta entender que la persona que tú amas y en la que confías y con la que tienes un proyecto de vida te está maltratando”, señala.
Incluso es probable que la mente actúe en defensa propia y la mujer, en un intento por negar que ha sido agredida, se cuestione sobre si en verdad el maltrato ocurrió.

“DUELEN MÁS LAS OFENSAS”

El noviazgo de “Marina” comenzó, reconoce, más por una presión de su mamá que por el interés propio: “Me presionaba a que buscara algo para mí, porque supuestamente ella quería que no me quedara sola. Duré dos meses de novia con él, y me fui a su casa”.

Para cuando se embarazó de su primer hijo, a los pocos meses, las discusiones ya eran frecuentes. Él le prohibió trabajar y que saliera con su mamá.

Eso no era todo: “Me daba jalones de greñas, gritos, pero de ahí no pasaba. Y ofensas, pero te juro que a veces duelen más las ofensas que un golpe. Como quiera, en la cachetada o algo se quita el dolor, pero lo demás, la verdad, no”.

Cuando tuvo a su segunda hija y esta enfermó gravemente a los pocos días, “Marina” entendió que no podía esperar nada de su pareja.

“Le dije: ‘La niña está enferma, muy grave, está intubada’. (Me respondió): ‘¿Y qué ver… quieres que haga? Yo no soy doctor. Por mí, que se la lleve la ver…”

HAY SECUELAS

Una mujer que está continuamente expuesta al maltrato no sólo tendrá las marcas físicas o los recuerdos de palabras hirientes. También puede desarrollar alteraciones en el sueño, en la alimentación y en la percepción de sí misma.

Alma Edith Díaz Mares, sicóloga clínica que ha trabajado con mujeres víctimas de violencia, lo explica: “Va afectando la autoestima de la persona, va generando también trastornos como la ansiedad, la depresión,  a veces también adicciones, no nada más a sustancias”.

La experta atiende a mujeres que llegan al refugio Hacienda La Esperanza, del Ayuntamiento de Hermosillo. Ahí se les da terapia tanto a ellas como a sus hijas e hijos menores de edad, y se brinda capacitación para el trabajo.

Díaz Mares asegura que el cambio que se ve en los tres meses en promedio es muy grande, porque se les ayuda a sanar las heridas emocionales y a fortalecer la seguridad propia.

El problema es que no todas las que sufren violencia por sus parejas logran salir del círculo.

La sicóloga añade: “Hay ideas de que va a cambiar, por el amor a ella, a los hijos, va a hacer que esta persona cambie, cosa que no sucede, porque regularmente entran en un círculo, en el ciclo de la violencia”.

CAMBIAR ESTÁ EN ÉL 

Antes de vivir con su entonces novio, “Marina” era secretaria en un taller mecánico, y la mayoría de sus compañeros eran hombres. A él simplemente no le pareció y lo llamó “trabajo de prostitutas”. Le exigió que renunciara.

“Marina” lo hizo porque pensaba que con eso él estaría tranquilo y dejaría de maltratarla. En lugar de ello, los insultos y los golpes aumentaron.

“El problema es que el maltratador es maltratador, independientemente de lo que uno haga”, puntualiza la sicóloga Paloma Labra.

No es raro, agrega, que la mujer sometida piense que con darle gusto a su pareja con la ropa, la comida, el trabajo o cualquier otro aspecto él va a cambiar, pero no funciona así.

Advierte: “Una puede llegar temprano, ser la persona perfecta, e igual te va a maltratar porque el problema no es tuyo, no es de la mujer, sino de la persona que ejerce la violencia. Y el darse cuenta de eso es muy fuerte”.

EL MIEDO QUE QUEDA

Hoy “Marina” tiene 30 años. Dejó a su pareja hace pocos meses, cuando vio que los maltratos ya no eran sólo para ella, sino también hacia sus dos hijos pequeños. Como pudo, rentó una casa para los tres, recuperó su trabajo en el taller y dejó atrás los nueve años de violencia.

Aún le cuesta hablar del tema. No por vergüenza, asegura, sino porque aún tiene contacto con su violentador cuando él va a buscar a los niños.

Tiene a su mamá y hermanos, pero no ha encontrado el apoyo que necesita. Cuenta que sí buscó terapia, pero la sicóloga le dijo que tenía que acudir junto con el hombre para poder ayudarla.

A pesar de sentirse sola y de que su trabajo apenas alcanza para las necesidades básicas, expresa que ahora está más tranquila que nunca. Sólo le preocupa que alguno de sus dos hijos repita la conducta del padre.

“Yo me la llevo diciéndoles eso, que nadie los debe tocar ni ellos tampoco, si no hay consentimiento. Que no tienen por qué hacerle daño a la gente, a las mujeres, que si no quieren algo, que así lo dejen. A fuerzas ni los zapatos”.


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