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Felicidad


INTERNACIONAL, 7 DE JUNIO.-
No resulta cursi sino conmovedor encontrarse a personas adultas que siguen proclamando algo que suena a utopía o a exceso de inocencia como “solo quiero ser feliz”. Incluso si su sensatez añade: “me conformo con que eso ocurra de vez en cuando”. Porque está claro que existe, muchos niños podrían asegurarlo con naturalidad, aunque no sepan ni tengan necesidad de explicar en que consiste. Lucio Dalla, un músico y cantante con capacidad para removerme fibras íntimas, en épocas tormentosas me hablaba de ese improbable estado: “Ah felicidad, en que tren viajarás esta noche, sé que pasarás, pero como siempre, no te detendrás”. Bueno... la autocompasión es un deporte que nos gusta a todos, le asegura el cínico Bert Gordon al destruido Eddie Felson en El buscavidas. Por mi parte, hace mucho tiempo que ya ni siquiera me lamo las heridas escuchando la muy triste Felicidad.

¿Quién me iba a decir que iba a pasar un rato fascinante escuchando a un sabio de la ciencia, del humanismo, de la cultura, hablando de la búsqueda y la esencia del acto supremo de afirmación en la vida? Se llama Carlos López Otín y presenta ante un público extasiado su libro La vida en cuatro letras. Habla de genomas, de células, de la inteligencia artificial, de física cuántica, de cuestiones que me resultan áridas o incomprensibles. Lo convierte en un espectáculo hipnótico y creo que me hace entender bastantes cosas. No solo está hablando un científico. También un poeta. De lo más trascendente en la existencia, de la huidiza felicidad.

Después, al filo de la madrugada, converso y río con este señor tan positivamente inquietante, enamorado de la vida y que se sintió acorralado por las tinieblas. Y esa noche duermo mejor.

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