Header Ads

Sahuaripa


Por Fernando Moreno Chavez
Hermosillo, Sonora a 9 de enero del 2024

Nací en un mundo de pavimento y concreto, para mí el jardín de la colonia y los viajes a Chapultepec eran mágicos, en mi adolescencia me encanto el área de Coyoacán y sus viveros en la Ciudad de México. Fue el encuentro con la naturaleza en mi niñez. Con mi juventud, amplié los horizontes a algunos lagos, de vez en cuando arroyos llenos de selva y el descubrimiento de diversos ecosistemas.

Mis extremos ideológicos me llevaron a Ucrania y conocí frio de verdad, bosques de abetos, ciprés y enebro, ese donde tiritas y el cuerpo se estremece, donde los pies son demasiados fríos y las manos se entumecen, tu nariz moquea sin querer y las orejas se enfrían.

Este fin de semana recordé mi encuentro infantil ante la modernidad, frio en mi juventud y la influencia de los Beatles con su canción de “Lucy en el cielo de diamantes” Todo se volvió alucinante en un viaje relámpago a la sierra sonorense.

El desayuno nos recibió titiritando en Mazatán, no se sentían las manos y el caldo hirviendo parecía tibio y nos preguntamos ¿qué hacemos aquí? ¿Por qué enfrentamos esta aventura con tanto frío? Hay un trasfondo profundo en la respuesta.

Nuestro grupo profesa diferentes profesiones, se mezclan las generaciones y todos con mente abierta iniciamos la vista de nuestras arboledas de mezquites, esos árboles con sus amplias virtudes: nos sombrean y nos arropan con su fuego duradero, donde el norteño se identifica por su aprecio al agua, a la tierra y a las condiciones extremas del clima.

Al llevar a Sahuaripa y al Valle de Tacupeto se vislumbran los paisajes no horizontales sino verticales, con esas montañas sinuosas, donde los residentes se orientan tan fácil y uno se pierde en esa tierra extensa. Los caminos de terracería son pequeñas arrugas al territorio sonorense, esos caminos reales que comunican las rancherias, donde se ven palmeras, cuyas semillas han viajado por varios estados de la república antes de establecerse en estas latitudes.

Cactáceas desérticas que no faltan en el territorio. Palo Blanco floreando, con esas flores blancas que hipnotizan a los venados y llenan de majestuosidad de colores la sierra al lado del palo verde, enlazados en una competencia por los nutrientes de la tierra y el agua tan poco frecuente.

Al arribar a nuestro destino, por esos caminos imposibles de transitar sin un vehículo doble tracción nos establecemos y empieza la plática, se deja a un lado la máscara de nuestra presencia citadina, se empieza con la cartilla de verdad.

De músico, poeta y loco, todos tenemos un poco, aquí se transforma: vaquero, explorador y franco los sonorenses todo tenemos un poco. Y empieza la hornilla a calentar agua para el café, la reunión de leña preparando la noche… la ciudad queda atrás y te unes a la naturaleza.

Después de una buena platica cerca de la lumbrada, llega el cansancio y a dormir en el catre, castañeteando los dientes porque sin ello no hay emoción en invierno. Hay que madrugar para ir a los represos naturales e intentar ver un venado, un cochi jabalí o un guijolo.

A pesar de huellear, solo aparecen las muestras de nuestros zapatos, pero nadie se agüita, todos comemos con las mejores risas y con las anécdotas del día. Tardea y empieza el frío, el vaquero regresa de su faena y la lumbre de esos troncos de encino inicia la radiación de calor.

Empieza la hora del mentidero, donde cada cual saca su mejor carrilla y agilidad mental, es una competencia intelectual de grueso calibre, donde el más habilidoso gana, el que más risas genere, el que sorprendente con su historia, sea real o inventada.

Poco a poco van a dormir, hasta que quedan los desvelados platicando aquellas cosas que traen muy dentro. Reconocemos el celo local de cada territorio sonorense, pero sabemos que cuando se encuentran dos sonorenses en el mundo son hermanos.


El tiempo se va en caminar, conozco la uña de gato, la cual cazadores y vaqueros respetan sacándole la vuelta ante sus espinas que desgarran ropas, carne y lo que se ponga enfrente. Y me siguen fascinando los encinos, propios de los territorios de altura, sombra segura en el verano y recio superviviente ante el aire helado, la lluvia fría y las heladas; regalador de bellotas después de sus flores hermosas.

Hay una piedra redonda gigantesca, no logro entender cómo es posible su formación. Hay minerales por doquier. Paisajes fantásticos, aire puro, tierra por caminar, cerros que explorar. Es un paraíso, un paraíso que cobra la cuota de trabajo, dedicación y constancia. Es donde se ha forjado el carácter sonorense que poco a poco se pierde en el trafico de las ciudades, el pavimento y el concreto que las cubre.

Recuerdo ver piedra bola en al corte de los taludes en los caminos. La piedra bola es característica de la erosión por agua en arroyos y ríos. ¿Qué hace a casi 2,000 metros de altura en un terreno desértico? Cada pregunta lleva a muchas más.

De niño, tenía un sueño: hacer una pisada en un donde nadie hubiera pisado. Recorremos la sierra y vemos el corral de piedras. Antes así eran los corrales para el ganado. Las esperanzas de mi sueño se reducen, son tierras milenarias habitadas por hombres milenarios, existen minas exploradas, caminos andados y represas de agua naturales que los animales conocen, nosotros somos los extraños y creídos de dominar la naturaleza.

De la genialidad del día y los avatares filosóficos llega la tarde, con un aire helado, con una temperatura donde el hielo de la cerveza de hace dos días no le ha pasado nada, creo mas bien ha aumentado. No hay animo de tomar más que café, poner la bufanda, la gorra, los guantes y poner los pies cerca de la lumbre alegre de chispear y arrojar haces luminosos que varían de los amarillos a los azules por la temperatura.


Mirar el cielo, en esas latitudes desiertas, sin contaminación luminosa es un privilegio. Las estrellas se miran no levantando la cabeza al cielo, porque en realidad el cielo inicia después de nosotros, pero no lo apreciamos. Frente a mi veo miles de estrellas, por todos lados y escucho el silencio del viento, el frío de la noche y me recuerdo de los Beatles, pareciera un sueño de Lucy en este cielo hermoso que tiene vistas verticales y horizontales.

He reído tanto, me he recreado de tantas anécdotas, de tanta confianza, de tanta franqueza. Aquí es donde nace el espíritu sonorense de la lealtad y la fidelidad, por eso los sonorense son sinceros, porque sin ello no sobrevives en un territorio ancestral poco reconocido, Los Ópatas dejaron su legado, los jesuitas les hicieron esquina, de ahí el ser como somos.

Regresamos riendo, tomando alguna foto para el recuerdo, aunque los recuerdos se guardan en la memoria. No paramos de reír, casi por nada o por mucho, cualquier mosca hace que gocemos de la risa y enfoquemos la carrilla a la víctima, no hay bullying, no hay traumas, solo risas.

Oscurece y llegamos a la ciudad cosmopolita, repartimos nuestras propiedades. Nos despedimos y dirigimos nuestro vehículo a casa, reconocemos que fue una buena experiencia y un reencuentro con nosotros mismos y nos asalta el animo para el próxima encuentro. Vuelven las actividades citadas: ganar el paso a otro vehículo, atisbar a las patrullas dadoras de protección y baches abismales (nada extraños en la sierra) de un territorio que pensamos idílico y se ven las cosas tan fáciles en la ciudad, se reconoce tanto el acento de la sierra y el viento dice Gerardo Cornejo en sus libros. Como lo dice el vaquero ancestral de estas tierras vigorosas y dadoras de vida. La risa se vuelve reflexión y damos cuenta de ser privilegiados. Gracias amigos.

No hay comentarios.

Con tecnología de Blogger.
Estamos utilizando cookies para brindarle la mejor experiencia en nuestro sitio web.
Puedes obtener más información sobre las cookies en la sección POLÍTICA DE PRIVACIDAD