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Los viajes circunstanciales


Hermosillo, Sonora a 16 de agosto del 2023
Por Fernando Moreno Chávez

Definir ¿Qué es un viaje circunstancial? es más difícil de lo que pudiera pensarse.

Un viaje no planificado ocurre a veces por trabajo o por compromiso, pero poco como un acto de por valor y la aventura de experimentar vivencias diferentes y complementarias a la existencia cotidiana.

Inmiscuidos en el diario trabajo y los compromisos de subsistencia nos olvidamos de nosotros mismos. Este fin de semana, descubrí lo que nunca imaginé. Valemos mucho como sonorenses y debemos darnos el gusto de disfrutar nuestra tierra, nuestros mares y nuestra cultura.

Lo escribo porque casi nunca lo hago en realidad. Tenemos sierra, desierto, localidades mágicas por su cultura y su entorno y también mar, con la isla más grande de México. Sin embargo, solemos encerramos en el ostracismo, aunque este no sea político, sino social.

Nos distanciamos de las amistades o nos limitamos al reencuentro en torno a una carne asada, acompañada de una borrachera, como única posibilidad. La pérdida del ánimo por la aventura hace pensar que cada vez somos más quienes incursionamos en el síndrome de Asperger.

Se trata de una condición que afecta la interacción social recíproca, la comunicación verbal y no verbal, incluye una resistencia para aceptar el cambio e inflexibilidad del pensamiento, así como poseer campos de interés estrechos y absorbentes.

No pretendo hablar de ciencias que no domino, pero parece que no conectamos con la naturaleza que nos rodea. ¿Qué nos pasó? ¿Por qué nos alejamos de nuestros pueblos, montañas, desiertos y mares? ¿Preferimos las ciudades?

Tuve una experiencia este fin de semana de convivencia con mi pareja y amigos, en la que, como Lady Gaga, adoré los cielos de Arizona, que es el mismo de los sonorenses, y aprecié el oro de California en nuestro Mar de Cortés.

Llegamos a Bahía de Kino, nos hospedamos con nuestros amigos y prendimos el modo de desconexión con el mundo. Solo atendimos nuestra plática y nuestras bromas, los juegos de mesa, las cervezas y el sushi. Por supuesto también vimos las estrellas, algo que varios de nosotros no habíamos hecho desde hace demasiado tiempo.

Antes de eso, el mar y las albercas, lidiar con los zancudos y ver el ocaso con esos colores descompuestos por el prisma de la atmósfera cuando el sol se oculta. La experiencia incluyó tomar la mano de la pareja y enriquecer el ambiente con una buena plática.

Se conecta el mundo con el espíritu y cae el veinte de esa falta de apreciación del entorno que nos rodea. La charla no se detiene, aunque las cervezas son pocas y el whisky solo lo toma el que sabe hacerlo, a pesar de que alguien lava su vaso recién servido. No importa, el ánimo de convivencia no disminuye.

Los juegos de mesa, las charras, la carrilla, los recuerdos, las preguntas incómodas y el historial de cada cual corre por la mesa. Y seguimos riendo hasta que el sueño nos alcanza por el cansancio. Hay que ceder, es parte del disfrute.

El siguiente amanecer despierta con vistas magníficas de niebla a través de la Isla Tiburón. El café y el desayuno reconfortan e inicia el ritual del protector solar. Alguien se equivoca y se pone crema para las manos en el rostro. Mientras no fuera pasta de dientes, no pasa nada.

Arrancamos ya desayunados y bien vestidos. Abastecemos agua y tomamos la carretera a Punta Chueca.

A tan solo a 40 minutos de Bahía de Kino se encuentra esa comunidad Seri, los Comca’ac, así prefieren ser nombrados. La carretera a su comunidad está en algunas partes maltrecha, pero ya sabemos que en Sonora se nubla y salen los baches, así que a evadirlos.

Traemos una ilusión contagiada por el anfitrión: ir a la Isla Tiburón. Yo pensé que era imposible, pero tras su negociación nos subimos a una panga, todos con chalecos salvavidas y dispuestos al mareo. No saber nadar y adentrarse en el mar en una lancha es valentía.

Cruzamos el Canal del Infiernillo. Nuestro guía nos indica que hay 2 kilómetros entre Punta Chueca y la Isla del Tiburón, cuando de Bahía de Kino a la Isla a través de sus 100 kilómetros de coincidencia, hay un promedio de 10 kilómetros de mar, dependiendo de las corrientes marinas.

Visitamos los manglares con sus diferentes variedades de plantas, que los Seris han protegido y regenerado, y tocamos el inicio de la Isla Tiburón. Nos tocó ver pelicanos, gaviotas, águilas y muchas aves cuyos nombres desconocemos.

En medio del viaje rápido de Punta Chueca a la Isla Tiburón y el regreso lento disfrutamos la explicación hipnotizante del guía. Quedamos asombrados de que el canal del infiernillo se queda sin agua en la marea baja. Se puede caminar a través de él, igual que el Golfo de Santa Clara.

¿Cómo no olvidar el reencuentro con las estrellas? En el horizonte se pueden ver sin la contaminación de luz.

Tenemos a la disposición desiertos mágicos y pueblos llenos de gente buena y amable. También esos ríos tan peleados, por ser deshidratadas sus cuencas, o esas sierras donde el horizonte se vuelve vertical, los fríos abundan y los osos deambulan. Donde el agua nace a través de la lluvia y la nieve y los vaqueros aún existen. Aún ocurre que las mujeres hacen tortillas de harina con sus manos y manean los frijoles como pueden.

¿Qué hemos hecho? ¿Por qué no disfrutar más nuestros manglares y nuestra sierra? ¿No es mejor poner oídos sordos a discursos políticos y promesas incumplidas, a la supremacía de la producción masiva, generadora de dividendos para pocos, entre éstos los corruptos?

No me quejo de la tecnología, de hecho, la promuevo, porque sin eso los pueblos se quedan en las tinieblas. Pero hay un fino hilo que estamos rompiendo al hacernos citadinos: el contacto con la naturaleza y con que sea el contexto de convivencia con amistades y con nosotros mismos.

Celebro la maravillosa oportunidad que tuvimos de ratificar nuestro abolengo de sonorenses y mexicanos.

La vida es más que malas experiencias, que siempre habrá oportunidad de corregirlas o superarlas. Todos traemos nuestro costal de penurias y de preocupaciones. Sin embargo, el contacto con el aire, con el cielo, con el desierto y con el mar de esta ocasión nos lo hizo ligero. Salió la sonrisa en cada cual y la expresión de asombro de cuando fuimos niños.

Las letras son bailarinas y los sentimientos fijos. Cuando uno ama es feliz y cuando ama dentro de un territorio tan exquisito como Sonora, con tanto por descubrir, es mágico. Siempre hay un mañana de aventura y me gusta vivirlo con mi pareja.

Conectar la naturaleza y la solidaridad con los seres queridos es algo que los sonorenses sabemos hacer y empezamos a hacerlo mal.

No daré clases de ética ni manuales de amor, pero percibo que con demasiada frecuencia dejamos ir la oportunidad del placer sencillo del contacto con el entorno natural. Hay tanto que disfrutar en un parque, en la arena con los pies desnudos, en este cielo que nos acapara y en ese amor de nuestros seres queridos, que es un desatino perdérselo por priorizar la rutina y los problemas.

Encima de nuestros quehaceres y responsabilidades hay que darnos ocasión de abrir la ventana de este universo fascinante que tenemos tan cerca.

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