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¿Y la “secrecía”, fiscal….? El Código


En su excelente novela histórica, “La Columna de Hierro”, donde narra la vida del bien llamado “Abogado de Roma”, Marco Tulio Ciceron, Taylor Caldwell, la autora, trae a colación un texto maravilloso, una disgregación sobre la ley y el poder.

Establece entre otras cosas, que aún cuando ambos parecieran sinónimos, corren por caminos paralelos: a reserva de quienes lo hayan leído o tengan interés en hacerlo, hace días en rueda de prensa en el gobierno del estado, se vio en su plena magnitud lo anterior.

El poder sobre la ley, la política de Estado sobre la legalidad y, lo más lamentable, los eternos corifeos aplaudiendo como las focas, sin ver el fondo de las cosas: este reportero, infinidad de ocasiones, buscando información ante ministerios públicos en determinados casos, éstos argumentan la famosa “secrecía”.

La misma, les impide dar información, porque apenas están en el proceso de integrar la averiguación correspondiente y , sobre todo, cumplir con el concepto de la “presunción de inocencia”.

Sin embargo, la titular de la Fiscalía General del Estado, Claudia Indira Contreras, la persecutora de delitos varios contra la sociedad, frente a muchos reporteros, con la mayor ligereza del mundo y, sin cuidar las formas “soltó la sopa” en relación a lo ocurrido en Guaymas, donde por desgracia mataron al ex diputado David Palafox Núñez y, a la postre ocurrió el robo en la casa de Rodolfo Lizárraga Arellano, dizque por tener “bajo el colchón” nada menos que siete millones de pesos.

Un auténtico “novelón” que no aguanta un examen de lógica y sentido común: en primera instancia, fue el propio Rodolfo Lizárraga quien presentó la denuncia de hechos ante la fiscalía cuando irrumpen en su vivienda en forma violenta y, ahora es protegido ante el peligro que se le vino encima por supuestamente un adeudo a la “maña”.

Va uno de tantos insultos a la lógica: está detenido el amante del ex candidato a la alcaldía del puerto; si Lizárraga, tenía dicho dinero, es obvio que su efebo lo sabía, o debía saberlo, con base en la intimidad de ambos.

En fin, un buen abogado penalista, va a reírse y destrozar las acusaciones formuladas por la fiscalía y, más cuando, esgrimen la clásica en estos casos; “un testigo anónimo”.

Claro, siempre y cuando, el poder no prevalezca sobre la ley.

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