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CARRUSEL: La “tamaliza” de AMLO: De humillación y venganza

López Obrador: Facturas sobre la mesa
Antes, en este país de eternas crisis, el presidente de la república se reunía con los dueños del dinero para ofrecerles certidumbre sobre el buen manejo de la economía, pedirles la suma de esfuerzos y garantizarles facilidades para que multiplicaran sus inversiones, y con ello, generaran más empleos y riqueza.

Pero como en la Cuarta Transformación todo es “Inédito e histórico” –diría Chayito Quintero- eso resulta arcaico. Ahora, el presidente López Obrador se reunirá con ellos para pedirles ¡que le compren cachitos de lotería!

Lisa y llanamente, esta noche en palacio nacional el mandatario les pasará la charola, o el sombrero como los pedigüeños esquineros, para sacar adelante la rifa de un avió sin avión… o para obtener dos mil millones de pesos, que por otra parte ya le dio la Fiscalía General de la República, supuestamente destinados (si al señor no se le ocurre otra cosa) a comprar medicinas y equipar hospitales.

Habrá cien suetudotes que se llevarán 20 millones de pesos por cabeza.

Entusiasmado, López Obrador le echó porras a su brillante idea:

“Que nos ayuden (los empresarios) en la distribución de los boletos para la rifa. Están confirmados varios. Ya saben de qué se trata, no es nada más la cena, no es por los tamalitos de chipilín y el chocolate, es para que se adhieran en esto. Vamos muy bien. La lotería va a hacer su trabajo y a finales de este mes estarán los boletos, ya comenzamos la distribución”, dijo.

Sin embargo, la convocatoria a la cena con los empresarios deja más dudas que certezas, y no precisamente por el democrático menú que degustarán.

Primero, porque el presidente sigue mencionando la rifa como “la del avión”, a sabiendas de que miente, porque de último momento él decidió que se entreguen premios en efectivo.

Para eso está y con vastísima experiencia y estructura la Lotería Nacional. ¿O teme el presidente que su inédito proyecto le truene como cuete en la mano, por calcular mal el respaldo popular que recibiría, aún lanzándolo con siete meses de anticipación?

¿Por eso quiere cinchar a los empresarios y que de ahí en fuera lo que caiga sea ganancia?

Ya desinflado el globo mediático del avión, al que tanto jugo le sacó como distractor de las graves problemas del país, francamente se ve hasta corriente que sea el propio mandatario quien encabece el pase de charola, cuando bien pudo hacerlo, sin alharaca y bajo la mesa, cualquiera de sus subalternos del gabinete.

El asunto despide un olor muy diferente a la agradable fragancia con la cual quiere disfrazarlo López Obrador, o la camaradería y respaldo de los chipocludos del dinero, que presuntamente arden en deseos de darse un atracón de tamalitos de chipilín y chocolate en el palacio nacional.

Ni siquiera por diplomacia o demagogia se ha dicho que la cena servirá para estrechar lazos con los empresarios, o pulsar y definir nuevos proyectos generadores de riqueza, no. Mucho menos para “intercambiar impresiones y puntos de vista”, innecesarios además, porque el Presidente se rige por dos principios invariables e indudables: si lo dice él es verdad, y si lo hace, es lo correcto.

De ahí en fuera nadie tiene razón. O están con él o están contra él.

Simple y sencillamente –y se los refriega en público- López Obrador se reunirá con los empresarios para que vendan cachitos de lotería, con el penoso estigma además, de que lo harán como competencia desleal contra quienes tienen toda su vida dedicándose a ese modesto oficio para llevar el pan a sus familias. Pasarán hasta como millonarios abusones.

Para los dueños del dinero, dejar el caviar por una tamaliza o la champaña por el chocolote sería lo de menos, acostumbrados como están a plegarse a los caprichos del mandamás en turno, de no ser porque ahora el asunto despide tufos de burla, de humillación y de venganza.

Lo que quiere López Obrador es demostrarles quién manda en este país y cómo le hace para que nomás sus chicharrones truenen, especialmente cuando a contrapelo de sus reiteradas declaraciones, no se ve en los hechos el cacareado respaldo empresarial a la 4T ni las carretadas de dinero en inversiones.

A la hora de que sirvan la mesa a los futuros vendedores de cachitos, Su Alteza Serenísima tendrá a un lado dos garrotes de formidable peso capaces de doblegar a cualquiera: el SAT y la Unidad de Inteligencia Financiera, desde donde salen los tarrayazos contra cualquier sospechoso de lavar dinero.

A ver quién es el “guapo” que le rechaza la “generosa” invitación a convivir y a respaldar, así sea en sus disparates, al infalible, al que todo lo ve y todo lo sabe.

Y huele a venganza, sobre todo para quienes desde las filas empresariales llegaron a calificarlo como “un peligro para México”.

Hombre de fobias y filias, pero sobre todo rencoroso (pregúntenle a Rosario Robles, la Elba Esther Gordillo de su gobierno), López Obrador no olvida, y tiene lista la mesa ya no para servir platillos autóctonos, sino para pasar facturas.

Si Vicente Fox respondía a quienes lo acusaban de corrupto con un sonoro “¡tragarán camote!”, López Obrador no le irá a la zaga con un “¡traguen tamales!” a quienes, con todo y sus sacos de dinero, sus trajes finos sus lociones caras, tendrán que debutar como vendedores de cachitos de lotería.

Nada más falta que en plena tamaliza, el presidente les redondee la humillación pidiéndoles que la noche del sorteo lleven a sus esposas vestidas de china poblana y a sus hijas de niñas gritonas, para que “canten” los números de los afortunados.

Está visto, estimado lector: ya nada es imposible en el meme-sexenio…

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